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TRASH SEX, BABY: COMO UNA BUENA PERRA
Estabas en la parte trasera del vehículo, apagando el cigarrillo entre tus dedos. Te había ido a recoger a la hora prevista, pero tuve que esperar, como siempre, a que te diera la gana. Llegaste, como de costumbre, con tu andar despreocupado, la cabeza gacha, y con tu abrigo negro larguísimo un poco deshilachado y sucio, que casi tapaba tus botas militares, como hacía tu flequillo con tus ojos. Soplabas hacia arriba para apartarlo y verme mejor en la negritud de la noche. Tus ojos se volvían extremadamente redondos y brillantes, hurgaban muy hondo dentro de mí. Tu mirada no era particularmente benévola, transmitía algo sibilino. Era una mirada de deseo urgente.
Abriste la puerta de atrás, te diste un momento la vuelta para escupir en la acera. Siempre te habías negado a sentarte a mi lado. Te excitaba el saber que conducía yo y que tú podías ponerte detrás de mí, y hacer lo que te diera la gana, por eso nunca te dije nada…
Acercarte a mi nuca y pasear tus dedos amarillentos que olían a nicotina. Recorrer mi cuello como un insecto insolente. Te encantaba. Me llamabas perra. Bueno, nunca te dije mi nombre, solo te pedí que me llamaras perra la primera vez que te recogí. Pura precaución. Anonimato total. Nada de vínculo personal. La situación me ponía cachonda.
Te reíste a carcajadas y me soltaste un que te den. Y luego, decidiste alternar el “perra” con el baby. Me sonaba demasiado yanqui pero no te puse pegas. Soñabas con vivir en Nueva York, ir a Studio 54 y follar toda la noche sin parar, gritando “fuck”, nada más, como en las pelis porno de bajo presupuesto. Ir al Studio 54… Pero el de Warhol, Bette Davis y Zsa Zsa Gabor, no la mierda que habían abierto en Las Vegas. O al Kit Kat Club de Berlín, gritando igualmente en inglés, sobre la música tecno. Me ametrallabas la primera media hora de nuestros encuentros con tus historias guarras, pero era siempre un orgasmo auditivo escucharte.
Metí primera y te pregunté a dónde querías ir. Me dijiste que me querías follar en un sitio concurrido, para que me oyeran gemir como buena perra que soy. Empezaste a detallarme todo lo que me ibas a hacer. Primero, bajarías del coche lentamente, me pondrías el culo apoyado en la ventanilla bajada del copiloto, la cabeza pegada al asiento, totalmente ofrecida a tu boca y me lamerías desde el culo hasta el clítoris. Luego, cogerías mis caderas entre tus manos para acoplarme mejor a la altura de tu polla. Prohibido girar la cabeza para mirar. Iba a decir algo pero me cortaste inmediatamente. Te importaba una mierda si hacía frío o no. Asentí sin girarme hacia ti. Tendría que dejarme hacer, inerte, “baby”, añadiste, mientras vi el reflejo del mechero encenderse en el retrovisor. Aguantaste el humo en tu boca bastantes segundos, mirando el techo del coche. Estabas pensando e imaginándote la escena. Para cuando echaste el humo de tus pulmones, te acercaste a mí, y tus largos brazos alcanzaron mi coño. Te pusiste a darle palmaditas con la mano abierta. Me insinuaste que me lo ibas a llenar entero y que podía dolerme. Tu tono de voz era poco modulado, seguro, como una cuchilla de afeitar que abre la piel sin anestesia. Podía sentir tu aliento cerca de mi cara; se quedó flotando como un halo azulado. Esa dulce amenaza surtió efecto y me sentí incómoda, sentada y obligada a mirar la carretera. Quería parar ya el coche. No dejaba de moverme en el asiento y mi culo se pegaba cada vez más a mi falda.
Llegamos a un sitio rodeado de arbustos y me hiciste todo lo que me habías contado durante el trayecto. La urgencia de tus ganas por mí te permitió dejarte llevar más que nunca. Aquel día, tu toque de locura se hizo más agudo.
Murmullabas, suspirabas, prometías. No fui buena, tampoco. No quisiste. La frontera entre nuestros cuerpos se hizo invisible cuando me penetraste por el culo. Resbalaste sobre mis nalgas, furiosamente, y calmaste tus ansias… Un poco, solo un momento.
Olía a gasolina…Y luego, hubo un instante frío, gélido, tiritábamos. Hubo un instante helado, glacial, temblábamos.
Y después, aquel calor salado, sofocante, inesperado. Tu lengua en mi coño, limpiándome. Tus dedos amarillentos presionando mi clítoris. Me volví a abrir como una flor, esperando el rocío de la madrugada. Y eyaculaste en tu mano.
–I love trash sex with you, baby –dijiste, serio, con la mano abierta en forma de cuenco.
Aparté tu flequillo y me puse a lamer tus párpados azucarados. Chupé tus pestañas negras, filamentos de estrellas fugaces. Pasé mi lengua sobre tus ojos, escaparates de tu impaciencia. Y bebí de tu mano, como me habías enseñado.
A cuatro patas… como una buena perra.
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